Publicado en La Tercera
El cardenal Silva Henríquez solía hablar del “alma de Chile”:, y la definía desde la convicción de que ningún proyecto es digno “cuando su consecución se logra sacrificando al hombre”.
Esta semana, Chile intervino en un asunto en que esta alma está en juego.
Ya van más de 27 mil muertos. Cada día, cada noche, hombres, mujeres y niños están siendo asesinados en Gaza. Especialmente niños: cerca de diez mil ya han perecido víctimas de las bombas, el hambre y las enfermedades.
En octubre, los brutales ataques terroristas de Hamas dejaron 1.200 civiles israelíes muertos y 240 secuestrados. Esos crímenes salvajes incluyeron ataques sexuales contra mujeres y el asesinato de niños, y causaron generalizada condena en Chile y el resto del mundo, así como solidaridad con el pueblo de Israel.
Pero el gobierno de extremistas que domina ese país tomó esta masacre como una oportunidad. El régimen de Benjamin Netanyahu estaba intentando concentrar el poder, interviniendo al poder judicial. Esto había provocado protestas multitudinarias, que tenían a su gobierno a punto de caer.
Netanyahu usa la guerra para sostenerse en el poder. Su estrategia siempre ha sido la misma: atizar el odio y el terror en su propio beneficio.
¿Qué hará el mundo frente a esta masacre?
En 1948, tras el Holocausto nazi contra la población judía, la ONU adoptó la Convención para la Prevención y la Sanción del Genocidio, que lo define, entre otros puntos, como el “sometimiento intencional de un grupo nacional, étnico, racial o religioso a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”.
¿Está ocurriendo un genocidio en Gaza? El Tribunal Internacional de Justicia lo consideró “verosímil”, y se declaró competente para investigar.
El régimen de Israel advirtió a los civiles que debían moverse hacia el sur como “zona segura”, pero allí ha seguido atacando a los desplazados. El 93% de la población sufre niveles críticos de hambre. El coordinador de ayuda de emergencia de la ONU advierte que “Gaza se ha convertido en inhabitable”, y que “una hambruna está a la vuelta de la esquina”.
¿Es todo este sufrimiento sólo un “efecto colateral” de los ataques contra Hamas? Las propias declaraciones de líderes israelíes señalan lo contrario.
El vicepresidente del Parlamento pidió “borrar a Gaza de la faz de la tierra”, y advirtió que “no hay inocentes”. El ministro de Defensa anunció un “cerco completo”: “ni electricidad, ni comida, ni combustible”, y la “eliminación de todos los límites” para combatir “animales humanos”.
El presidente de Israel señaló que “hay toda una nación que es responsable. No es cierto que los civiles no eran conscientes o no estaban involucrados”. Y esta semana, la ministra para el Avance de la Mujer, quien se define como “una orgullosa racista”, se declaró “personalmente orgullosa de las ruinas de Gaza, y de que cada bebé, en 80 años más, le cuente a sus nietos lo que los judíos hicieron”.
En ese marco, Chile ha tomado acciones como llamar a informar al embajador en Tel Aviv, e intervenir ante la Corte Internacional de Justicia en un proceso paralelo al de genocidio contra Israel, por la ocupación ilegal de Cisjordania.
Hubo críticas: la Comunidad Judía deploró que Chile intervenga en un tema que “se aleja de los intereses y preocupaciones de nuestro país”. “En vez de posicionarnos en la defensa de los valores occidentales (…) Chile ha tomado el bando contrario”, señalan.
El editorial de El Mercurio agrega que la intervención “alienta el antisemitismo”. Y el expresidente de la Comunidad Judía, Gabriel Zaliasnik, dice que es una “alianza de Chile con el terrorismo de Hamas y Hezbollah”, que constituye “antisemitismo con auspicio del gobierno”.
Ninguno de esos argumentos resiste mayor análisis.
Chile tiene una posición histórica inalterable: rechazo al terrorismo y los crímenes de guerra contra civiles tanto israelíes como palestinos, y respeto a las resoluciones internacionales para que dos estados soberanos (Israel y Palestina) puedan convivir en paz.
Esto no es de izquierda o derecha, ni menos una “alianza con terroristas”. El expresidente Piñera reconoció al Estado Palestino, y los gobiernos de Bachelet, Piñera y Boric han respaldado todas las resoluciones de la ONU en defensa de ese pueblo.
La acusación de antisemitismo es especialmente peligrosa. Supone que criticar al gobierno extremista de Israel es atacar a los judíos. Y eso es precisamente lo que buscan los antisemitas: igualar a ambos, culpando a todos los judíos por los crímenes de Netanyahu.
Al revés, deben condenarse los crímenes de guerra, y también cualquier ataque o discriminación contra los judíos como colectividad. De eso se trata el respeto a los derechos humanos, pieza angular de esos “valores”, que no son sólo occidentales. De que nadie, sea palestino, judío o cualquier otro, sea atacado por su identidad. Ese principio lo violaron los terroristas de Hamas, y lo está violando Netanyahu en Gaza.
Y eso no está “lejos” de los intereses y valores de Chile; al revés, es el corazón de nuestra política de Estado. Para un país pequeño como el nuestro, es crucial que las leyes internacionales funcionen. Por eso, Lagos le dijo “no” a Bush en la Guerra de Irak, y por eso Piñera y Bachelet nos defendieron dentro de la institucionalidad de La Haya de las demandas de Perú y Bolivia.
Los cabezas calientes decían entonces que Chile debía patear el tablero, y hasta hoy, insisten en abandonar la ONU, La Haya y los pactos y organismos de derechos humanos.
El camino, claro y consistente, de Chile, en todos sus gobiernos, ha sido el contrario. Defender el imperio de la ley, y con ello resguardar nuestros intereses y también nuestros principios, esos que nos gusta llamar, con Silva Henríquez, “el alma de Chile”.
Porque si el exterminio de un pueblo no nos hace reaccionar, es que hay algo en nuestra alma que se ha marchitado.
Afortunadamente, no es el caso de Chile